Monday, November 20, 2006

Una tarde en el museo

Bajo del 93 en la avenida Pueyrredon casi esquina Libertador, y me cruzo al bellas artes. Voy a ver una muestra de Florencio Molina Campo. Después me voy un concierto en la facultad de derecho. Pero, ¿no me estaré equivocando viniendo al museo con un tiempo determinado? Puede ser, pero ahora ya estoy acá, y por un rato tengo que olvidarme de que el tiempo corre. Entro en la sala, mucha gente, se hace difícil ver los cuadros con tranquilidad, uno se quiere tomar su tiempo pero la gente es como si te apurara. Ver los simpáticos gauchos, tan coloridos y alegres me llena de gozo. Como veo que me queda algo de tiempo, subo al segundo piso donde hay una muestra de fotografía. Siendo poco conocedor del tema, me gusta ver las diferentes estéticas y temáticas de los autores. Mucha técnica, pero también una sensibilidad muy especial para mirar el mundo. Como aún me queda algo de tiempo, me doy una vuelta por la sala donde está exponiendo Renata Schussheim. Es arte contemporáneo, hay que mirarlo con ojos curiosos y no ser tan críticos, para eso están los criticologos de turno. El lugar es amplio, y me pongo a
recorrerlo dejándome cautivar por los maniquís con cabeza de perro, los cuadros de colores brillantes y la música de ambientación. ¿Tiene sentido decir no entiendo el arte, como excusa para no ir al museo? ¿No es una forma de la pereza mental para no enfrentarse al trabajo de pensar? La gran mayoría de la gente disponemos de conocimiento básicos acerca del arte; por eso es la búsqueda de nuevas sensaciones y modos de ver los costados misteriosos de la vida, el motor principal de que los novatos concurramos a los museos. Es simple, es mirar con los ojos de un niño que conoce por primera vez el mar, y queda maravillado por esa masa de agua imponente.


Se acerca la hora del concierto, salgo del museo. Estoy lleno de satisfacción por haberme regalado una tarde con aquel niño curioso que nunca me abandona.

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