Un cuarto de tamaño estándar con un empapelado barato. A un costado, una cama solitaria a la espera de algún cuerpo cansado o con ganas de no pensar en nada, recibiendo ocasionalmente a dos cuerpos fogosos. Enfrente un escritorio viejo abarrotado de papeles, cuadernos, revistas, libros, lápices, biromes, cassettes viejos y un reloj como patriarca del tiempo. Una silla que hace juego con el mueble espera por su rey, y su reino no es un territorio o país, es un espacio íntimo donde escribe, sueña, lee, dibuja, medita, piensa o contempla. Al costado hay una mesa ratona con un equipo de música chiquito, que se hace grande por la música. Y como conexión al mundo, una ventana con cortinas azules que con mirada inocente se confunden con el cielo. La puerta es blanca y la mayor parte del día permanece cerrada; cuando se tiene vida interior, la alta gama de lujo pasa a segundo plano.
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