Los seis minutos más bellos de la historia del cine

El titulo de esta entrada es el de este bello texto de el filósofo Giorgio Agambem, procedente de su libro profanaciones (2005) :


Sancho Panza entra en un cine de una ciudad de provincia. Viene buscando Don Quijote y lo encuestra: está sentado aparte y mira fijamente la pantalla. La sala está casi llena, la galería -que es un especie de gallinero- está completamente ocupada por niños ruidosos. Después de algunos intentos inútiles de alcanzar a Don Quijote, Sancho se sienta de mala gana en la platea, junto a una niña (¿ Dulcinea?) que le ofrece un chupetín. La proyección está empezada, es una película de época, sobre la pantalla corren caballeros armados, de pronto aparece una mujer en peligro. Inmediatamente Don Quijote se pone de pie, desenvaina su espada, se precipita contra la pantalla y sus sablazos empiezan a lacerar la tela. Sobre la pantalla todavía aparecen la mujer y los caballares, pero el rasgón negro abierto por la espada de Don Quijote se extiendo cada vez más, devora implacablemente las imágenes. Al final , de la pantalla ya no queda nada, se ve sólo la estructura de madera que la sostenía. El público indignado abandona la sala, pero en el gallinero los niños no paran de animar fanáticamente a Don Quijote. Sólo la niña en la platea lo mira con desaprobación.

¿ Que debemos hacer con nuestras imaginaciones ? Amarlas, creerlas a tal punto de tener que destruir, falsificar ( este es, quizás, el sentido del cine de Orson Wellles). Pero cuando, al final, ellas se revelan vacías, incumplidas, cuando muestran la nada de la que están hechas, solamente entonces pagar el precio de su verdad, entender que Dulcinea -a quien hemos salvado- no puede amarnos.


¿Les gusto?