Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba en el fondo de un corredor en una quinta en la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The anglo- American Cyclopaedia ( Nueva York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la encyclopaedia británica de 1902. El hecho se produjo hará unos 5 años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos muy pocos lectores –a muy pocos lectores –la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el
fondo del remoto corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo de monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cúpula son abominable, s porque multiplican a los hombres.
Yo como lector debo a este maravilloso comienzo del relato “ Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, el enterarme que tengo algo en común con Borges, la respuesta es obvia, la fascinación por los espejos. Cuando era chico, cada vez que me paraba frente a un espejo, inconscientemente ansiaba que mi doble adquiriera vida propia, que no copiara mis movimientos, quería que me develara una realidad paralela, lo sobrenatural era mi obsesión en ese entonces. Me gusta jugar, y esto es actual, con los efectos de los espejos, verme más gordo o más flaco, con la cara estirada o deforme, es como jugar a tener diferentes caras. También me gustan esas casas modernas que tienen mucho vidrio, luminosas, calidas, para mí son antidepresivas, es muy difícil que alguien, al menos que esté en un estado muy grave, se pueda deprimir viviendo en una casa así.
La literatura Borgiana me cautiva porque te plantea enigmas, te hace participe del texto, te invito a jugar a ser un lector-detective, que tiene que adentrarse en laberintos, en jardines inmemoriales, en templos sagrados y requiere un cierto esfuerzo, como lector no me gusta la fácil. Con respecto a la obra de George hay que aclarar algo: Es cierto que hay libros que la gran mayoría de lectores no los podría abordar, obras complejas que son para expertos, lo que lleva a tildar al autor de elitista, cosa que para mi no es tan así, ya que el libro “ ficciones”, y otros más, son de un nivel casi para cualquiera, que este dispuesto a esforzarse un poco, obvio, no son de lectura fácil, pero tampoco es algo ininteligible.
Ah, y otra cosa comparto también con Borges, siento locura por las pulperías, y también por el final del relato “ sur”:
Desde un rincón, el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del sur ( del sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. “ No hubieran permitido en el sanatorio, que me pasaran estas cosas,” pensó.
- Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad, una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando la clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabráa manejar, y sale a la llanura.
fondo del remoto corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo de monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cúpula son abominable, s porque multiplican a los hombres.
Yo como lector debo a este maravilloso comienzo del relato “ Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, el enterarme que tengo algo en común con Borges, la respuesta es obvia, la fascinación por los espejos. Cuando era chico, cada vez que me paraba frente a un espejo, inconscientemente ansiaba que mi doble adquiriera vida propia, que no copiara mis movimientos, quería que me develara una realidad paralela, lo sobrenatural era mi obsesión en ese entonces. Me gusta jugar, y esto es actual, con los efectos de los espejos, verme más gordo o más flaco, con la cara estirada o deforme, es como jugar a tener diferentes caras. También me gustan esas casas modernas que tienen mucho vidrio, luminosas, calidas, para mí son antidepresivas, es muy difícil que alguien, al menos que esté en un estado muy grave, se pueda deprimir viviendo en una casa así.
La literatura Borgiana me cautiva porque te plantea enigmas, te hace participe del texto, te invito a jugar a ser un lector-detective, que tiene que adentrarse en laberintos, en jardines inmemoriales, en templos sagrados y requiere un cierto esfuerzo, como lector no me gusta la fácil. Con respecto a la obra de George hay que aclarar algo: Es cierto que hay libros que la gran mayoría de lectores no los podría abordar, obras complejas que son para expertos, lo que lleva a tildar al autor de elitista, cosa que para mi no es tan así, ya que el libro “ ficciones”, y otros más, son de un nivel casi para cualquiera, que este dispuesto a esforzarse un poco, obvio, no son de lectura fácil, pero tampoco es algo ininteligible.
Ah, y otra cosa comparto también con Borges, siento locura por las pulperías, y también por el final del relato “ sur”:
Desde un rincón, el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del sur ( del sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. “ No hubieran permitido en el sanatorio, que me pasaran estas cosas,” pensó.
- Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad, una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando la clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabráa manejar, y sale a la llanura.
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