Monday, September 01, 2008

Aventura en el guanaco


En un post anterior, "viaje a la tierra mágica de los Onas", me falto contar esta aventura que viví haciendo un trekking


El consejo paterno era el de la prudencia por sobre todas las cosas, que esperara a que llegara el fin de semana, que no fuera sólo, que no sea cabeza dura. No es de un nivel de dificulta extremo, el cerro guanaco, éste se encuentra dentro del parque nacional tierra del fuego, pero hay que tener cierto cuidado, estamos hablando de 2000 metros sobre el nivel del mar, no es para cualquiera. Mi juventud imprudente me autorizaba ha mandarme solo, no podía esperar a mi viejo, en ese momento yo era como uno de esos personajes de de Conrad que se prueban a si mismo, hombres que desafían las fuerzas titánicas de la naturaleza. Era un reto, tenía que ir solo. Así fue que mi viejo aquella mañana me dejo en el parque y se fue a trabajar. Cuando uno se hace el Indiana Jones, antes de irse le avisa al guardabosque que va a subir, y así lo hice antes de partir a lo que para mi tenía que ser un epopeya, estaba enceguecido. Era tanta la obsesión que tenía por llegar a la cima, que en mi mochila sólo llevaba una botella de agua mineral, y un par de barritas de cereal, nada de comida opulenta, no quería parar ni para comer. Me aventurita comenzó entre las 10 y 11 de la mañana. Según los cálculos yo tenía que estar de vuelta a eso de las 6 de la tarde, si tardaba más de ese tiempo, se iban a empezar preocupar.


En el primer tramo del camino, la senda estaba bien marcada, yo venía embalado, estaba contento, tenía ganas de toparme con algún gringo o británico para practicar mi inglés básico. Creo que, no son exactas las horas que les digo, al mediodía ya la senda se hice menos visible, la cosa se torno difusa, no me preocupe, me tenía confianza, la intuición mueve montañas, yo era Odiseo contra Troya, no quise pegar la vuelta, y seguí medio sin rumbo, adivinando más que siguiendo una senda, yo quería llegar a la cima, que para mí era como coronarme rey de tierra del fuego.




Luego ya empecé a ponerme nervioso, el camino, como iba por cualquier lado, se iba tornando intransitable, estaba en constante peligro, poniendo es riesgo mi vida, o al menos algún hueso Y Mientras tanto, para peor, no me crucé con ningún turist, y eso me angustio mucho, ni siquiera se oían cantar los pajaritos, era yo, el cerro, los árboles, el viento y el crujir de alguna rama seca pronta a caerse, estaba escuchando un coro silencioso pero ruidoso de la naturaleza, con una sola vos humano, que era la mía, que gritaba, puteaba, por haberme metido en ese meollo. Yo esperaba al menos ver algún zorro, pero no, estaba tan alejado de todo que ni siquiera esos bellos animales estaba donde yo estaba. Lo que pasa es que el silencio se torna insoportable en esos momentos, es como si necesitáramos al cabo de un rato de tranquilidad, el caos de la ciudad, o al menos algún murmullo lejano de ella.
Siempre en la vida estamos aprendiendo lecciones, y así fue como me fui debilitando, agotando mis energías, ya estaba complemento mareado, desorientado, no sabía, ni siquiera por intuición, por donde era el camino a la gloría. Tuve que dejar de lado el orgullo, y emprender la vuelta, ya eran las 4 de la tarde, no me quedaba otra que volver.

Y lo hice a los tumbos, hubieron momentos en los que era tanta mi desesperación, que si tenía que agarrarme de un rama seca para subir o bajar algún tronco lo hacía, aún que corriera el riesgo de que se rompiera y yo cayera a algún arroyito congelado con piedras, me hubiera roto, mínimo un brazo, y aunque gritara de dolor nadie me iba a escuchar, y si me agarraba la noche era historia, y me iba a convertir en el personaje del cuento de aventura “ encender el fuego”, de Jack London, que se pierde en una montaña y muere congelado. Dicen que los hombres no lloran, yo estuve cerca de hacerlo, tuve mucho miedo de que me pasara algo grave. Y así como los marineros del Judea, comandado por el capitán Marlow, en el cuento “ Juventud” de Conrad, sacaron fuerzas , cuando parecía que ya no las tenían, para no sucumbir a la fuerza marina; yo, un simple mortal, me tranquilice y de a poco me fui orientando hasta encontrar la senda visible que me llevo a casa.


Cuando llegué al bar del parque me estaba esperando mi viejo, ya habían empezado a preocuparse, ya que eran las 7 de la tarde, aún no anochecía, había un buen rato más de sol. Por suerte de esa experiencia aprendí a tenerle mucho respeto a la montaña, subimos pero nadie nos garantiza que vamos a volver, por eso es mejor ir acompañado.

No comments: